domingo, 28 de octubre de 2012

Historias sobre la "bragueta"

Dudas onomasiológicas: coquilla y bragueta

Por Pedro Álvarez de Miranda

Decía al final de una anterior entrega que el nombre exacto de la

protuberancia protectora de los genitales masculinos que resulta bien visible

 en algunos retratos del siglo xvi es la palabra bragueta. Javier Marías,

 necesitando referirse a dicho elemento, había acudido a la palabra coquilla,

 galicismo moderno que designa un adminículo de similar función protectora

 utilizado por boxeadores o esgrimidores.


Pero si al novelista o al lector se les hubiera ocurrido como posible para

 aquella descripción la palabra bragueta (que era, como enseguida

 mostraremos, la opción más adecuada), la consulta del diccionario de la

 Academia les habría llevado a descartarla, pues ese repertorio tan solo dice 

esto para tal voz: «abertura de los calzones o pantalones por delante».

Para ser exactos, dice algo más: recoge sub voce la expresión bragueta de

 armar, y la define «pieza de la armadura que cubría las partes naturales del

 guerrero». La información procede, seguramente, del Catálogo histórico-

descriptivo de la Real Armería de Madrid (1898), del conde viudo de Valencia

 de Don Juan, quien explica que se llamó bragueta de armar la «pieza de

 acero sobresaliente, que iba enganchada en el centro de la launa inferior de 

la sobrebarriga, para proteger la abertura que dejaban indefensa las

 escarcelas». Cita un texto del inventario del príncipe don Carlos en el que 

consta, en efecto, «una bragueta de armar»; pero también otro de un 

inventario de la Armería Real, del xvi, en que encontramos «una bragueta de 

malla guarnecida de terciopelo negro». Esto indicaría que la sola palabra 

bragueta, sin necesidad de que la acompañara aquel especificador (de armar), 

podía designar tal pieza de la armadura. Y así lo confirman el Glosario de 

voces de armería (1912) de Enrique de Leguina y el «Inventario de la armería» 

del emperador, incluido en la reciente y monumental edición de Los 

inventarios de Carlos V y la familia imperial, donde constan esa misma 

«bragueta de malla» ya mencionada, una «de azero» y alguna otra de la que 

no se ofrece más especificación.

Pero la que nos interesa —pues don Pedro María Rossi y Carlos V, en los 

cuadros de que se trataba, no están vestidos para guerrear— es la bragueta que estuvo de moda en la indumentaria masculina corriente en la época, 

ciertamente muy influida por la disposición de la armadura, y en cierto modo,

 como ha explicado Sofía Rodríguez Bernis, «trasunto» de ella. La 

investigadora a la que acabo de referirme es continuadora de la extraordinaria labor que llevó a cabo la máxima especialista española en historia del traje, 

Carmen Bernis. Pues bien, en un estudio de Carmen Bernis dedicado a la 

indumentaria de tiempos de Felipe II encontramos lo siguiente:
El elemento más llamativo de las calzas era su prominente bragueta, símbolo de una virilidad triunfante. Se había generalizado ya en la primera mitad del siglo xvi en los más diversos países por influencia del atrevido traje de los lansquenetes alemanes, agresivos, insolentes y bravucones […]. La bragueta no dejó de suscitar críticas y burlas, pero ningún hombre vestido a la moda prescindía de ella. […] Su tamaño era tan grande que en el Diálogo de los pajes, en 1573, se cuenta de uno que se metió en la bragueta una perdiz asada quedándole fuera solo una pata. La bragueta fue el elemento que más resistió a la tendencia que mostró la moda española a borrar las formas del cuerpo, pero al fin triunfó la corriente de austeridad que la hizo desaparecer para siempre antes de terminar el reinado de Felipe II.
Y en su estupendo libro El traje y los tipos sociales en el Quijote (2001) 

insiste la propia Carmen Bernis en que la bragueta dejó de estar de moda en

 los años ochenta del siglo XVI. Por eso, cuando los redactores del Diccionario

 de autoridades tuvieron que definir la palabra, no tenían ya conciencia de lo

 que había significado, y consignaron tan solo lo que conocían: «La abertura y

 división que se hace en medio de las bragas o calzones, por la parte anterior

 y superior, para poderlos vestir y para otros precisos usos de la naturaleza».

 Es por ello de la máxima importancia consultar en este caso diccionarios más

 antiguos. Y así, Covarrubias, un hombre, no lo olvidemos, biográficamente

 más del XVI que del XVII, nos explica en 1611 que «la cobertura en la 

horcaxadura de las calças se llama bragueta, y braguetón la que es grande, 

como la de los tudescos». Nótese bien: «cobertura», y no «abertura». Es 

interesantísima asimismo la equivalencia que ofrece el diccionario español-

inglés de Percival en 1591: «bragueta: a cod-peece», pues cod-piece es, 

según el diccionario de Oxford, exactamente el adminículo del que venimos 

hablando: «A bagged appendage to the front of the close-fitting hose or 

breeches worn by men from the 15th to the 17th c.: often conspicuous and

 ornamented» (y según el Concise, con definición más actualizada y menos 

eufemística, «a pouch to cover the genitals on a pair of man's breeches, worn 

in the 15th and 16th centuries»). Para las braguettes del francés hay que

 remitir ahora al libro de ese título que les ha dedicado Colette Gouvion, o, sin

 ir más lejos, al Petit Robert, que distingue la moderna braguette, «ouverture

 verticale sur le devant d’une coulotte, d’un pantalon», de la antigua, «sorte 

de poche attachée au haut-de-chausses».
 
La palabra apareció en español a finales del xv, y ya en esos primeros 

testimonios se adivina lo que es. En el diario del primer viaje de Colón leemos 
que «traían las mugeres delante de sí unas cosas de algodón con que cobijan 

su natura, tanto como una bragueta de calças de hombre». En el coetáneo 

Cancionero de Pero Guillén nos enteramos de que un «candil» puede hacer las 

veces de nuestro aditamento («unas calzas d’alcornoque / y por bragueta un 

candil»). Y cuando en al auto VIII de La Celestina Sempronio le sugiere a

 Pármeno que hurte un bote de conserva, le recomienda: «En la bragueta

 cabrá» (recuérdese al paje evocado por Carmen Bernis, que se escondía en

 idéntico sitio una perdiz asada). Muy oportunamente, Sir Peter Russell 

—precisamente él— aduce en la correspondiente nota de su edición de la 

tragicomedia la definición de Covarrubias: «la cobertura en la horcaxadura de 

las calças». No hay duda. En el XVI la bragueta fue aquella cobertura 

ostensible de las partes pudendas del varón. La abertura vino después. 

Hay en el examen de este asunto otras dos palabras que podrían enredarse 

con las ya examinadas. La martingala era, pese a la Academia, una «pieza 

que tenían las calzas en la parte trasera» (Carmen Bernis); queda

insuperablemente claro en un pasaje de Rabelais en que se explica,

 precisamente, que el étimo de nuestro galicismo, martingale, «est un 

pont-levis de cul pour plus aisément fianter», es decir, para mayor comodidad

a la hora de hacer de vientre. En cuanto a una presunta carajera, tengo la 

impresión de que apenas pasa de ser un invento del Doctor Thebussem (en su

ocurrente Segunda ristra de ajos); del que, como era de esperar, se hizo eco 

Camilo José Cela.

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